“Los caminos, como la memoria, hay que transitarlos para que
no desaparezcan”. La cita que subrayé con lápiz (una antigua y poco original
manía que tengo cuando leo) es de uno de los cuentos del libro LA FRUTA DEL
TIEMPO del escritor barcelonés Óscar Sotillos. A Óscar lo he visto sólo tres
veces en mi vida, pero las tres han sido momentos especiales.
Lo conocí en una lectura de escritores canarios y catalanes organizada
por la editorial Baile del Sol en una biblioteca del barri gótic, poco después
de que a los dos esa editorial nos hubiera publicado con poco tiempo de
diferencia, en el 2008. En esa lectura, a la que yo acudí sólo, me bastaron
pocos minutos para ver que destacaba por encima de los demás. Quizá fue una cuestión
de actitud, quizá la manera entregada de afrontar la lectura de sus textos con
forma de regalo al que atiende más que de trámite, quizá el séquito que le seguía
y le escuchaba con tanta atención como orgullo de poder acompañarlo. Esa
primera vez, en la que nos intercambiamos nuestros libros al acabar la lectura,
fue un punto a partir de cual nuestros caminos se separaban para volver a
acercarse más tarde en varias ocasiones, como ríos que se bifurcan para seguir a
partir de allí su propio cauce.
La segunda vez lo vi porque me acerqué a la presentación de su
libro en una librería cerca de la Plaça Catalunya. No pude quedarme hasta el
final pero se sacó de la manga una presentación atípica y emotiva, sin necesidad
de rodearse de padrinos ni personajes ilustres que le cubrieran, él sólo y de
pie delante del auditorio, con el único acompañamiento de los esporádicos acordes
de guitarra de alguien que estaba a su lado (¿estaba también el día de la
lectura?), el autor explicando directamente su obra sin ningún tipo de
artificio, la desnudez absoluta en un ambiente mágico que él mismo había creado.
La tercera vez coincidimos en unas firmas del día de Sant
Jordi en la rambla del Raval. Coincidimos porque él me invitó a participar y el
curso de nuestros ríos volvió a estar muy cerca. Había otros escritores en la
caseta, pero era fácil darse cuenta de que él era el alma de ese montaje. Tengo
muy presente nuestra charla sobre nuestros proyectos y recuerdo que me habló de
una novela que había terminado. Esa fue la última vez que nos hemos visto.
Después contactó conmigo y me invitó a colaborar en esa
aventura que fue 7 VOCES aunque como tal aventura ya estaba viviendo sus
últimos momentos, y lo encontré también en un número de la revista digital AGITADORAS,
donde a veces aparecen cosas mías, con una aportación creativa magnífica, un
cuento sobre el maltrato. Hemos intercambiado algunos mails, sobre todo a partir de recibir el premio por aquella novela
de la que me había hablado el día de las firmas. En uno de los mails me dijo
que me enviaría un ejemplar dada la dificultad de encontrarla en librerías. No
tuve que esperar demasiados días para tenerla en las manos, dedicada, y creo
que aunque yo haya regalado unos cuantos libros éste es el único libro que un
autor me ha regalado a mí.
Pero la intención al empezar a escribir esta entrada era hablar
de ese libro, LA ORILLA DE LAS PALABRAS, y pasa que ahora ya se me acaba el
espacio si pretendo que esto no se me alargue, pero tampoco quiero renunciar a
lo escrito. Me gustó mucho LA FRUTA DEL TIEMPO, no se si llegué a decírselo, a
veces soy así de desatento, era diferente, un original libro de cuentos que
rompía los límites y eludía cualquier norma, con microcuentos de dos líneas y
casi novelas de setenta y pico páginas, variado y jugoso. Ahora he tenido el
placer de leer LA ORILLA DE LAS PALABRAS, un viaje por la infancia,
adolescencia y juventud en la que me he reconocido en muchas de las situaciones
que explica porque me ha permitido desempolvar recuerdos de esa época que yo
también viví. No sé que porcentaje de autobiografía hay en la novela pero
probablemente no sea poco. Coincido totalmente que es una novela hermosa y muy
bien escrita, como dijo Luis Mateo Díez, pero además es una novela que va
ganando conforme avanza, que lejos de tener la tentación de dejarla uno se va
involucrando, se va sumergiendo hasta que no apetece mucho salir del agua, como
esos días de playa en los que el agua está calentita y afuera corre un aire
algo frío.
Leo en alguna entrevista sobre nuevos proyectos de Óscar, una
novela juvenil, un libro de viajes, relatos, su blog de poesía visual elpixelenelojo.blogspot.com,
y da la sensación que con esa facilidad de explicar y ese pulso narrativo que
tiene la novela podría afrontar con éxito lo que quisiera, por diferente que
fuera.
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