Era la banda sonora de los
trayectos en coche de casa de mis padres a la mía. Los que hacía al regresar de
recoger a mi hijo para llevármelo a casa al salir del trabajo, cuando todavía no
tenía edad para las guarderías. Tumbado y bien amarrado en el maxicosi que
colocaba en el asiento delantero, en posición invertida como marca la normativa
(la de entonces, no sé si ha cambiado ahora) le ponía en el CD esta canción. De
reojo notaba como, con expresión seria, me miraba fijamente como si estuviera
analizando y procesando cada uno de mis movimientos al hacer la segunda voz de
Enrique Urquijo, sin desatender las peripecias del tráfico, y le arrebataba una
de esas sonrisas de bebé que tanto cuestan de conseguir cuando de pronto, sin
dejar de cantar, lo miraba.
Luego la voz de Enrique Urquijo
se apagó y Los Secretos perdieron para siempre su capacidad de seducirme y poco
a poco fui desentendiéndome de cada una de sus noticias, de sus discos nuevos. Pero
cada vez que la escucho vuelvo a ponerme al volante de mi coche hace catorce
años y, sin desatender las peripecias del tráfico, alargo la mano y me parece tocar
la estructura de plástico del maxicosi que tengo al lado, donde tumbado y bien
amarrado está el cuerpo de bebé de mi hijo que sonríe tan pronto como empiezo a
cantarle aquello de aunque tú no lo sepas.
Alguien me la ha hecho recordar
hoy. Nos conocemos hace un tiempo y hemos vivido momentos intensos pero hasta
hoy no habíamos descubierto que compartíamos afición por Los Secretos, por
Enrique Urquijo y más en concreto por esta canción.